Dice Bauman
que formular las preguntas correctas "constituye la diferencia entre
someterse al destino y construirlo", entre andar a la deriva y viajar. Sin
caer en la pretenciosidad de creer que en estas líneas se vayan a formular las
preguntas correctas, quisiera ayudar a cuestionar alguna premisa incuestionable
de nuestro modo de vida e incitar a que tras preguntarnos a nosotros mismos dialoguemos
entre nosotros. (HAZ CLIC AQUÍ PARA SEGUIR LEYENDO)
Hay un “palabro”, la globalización, que ha adquirido gran significación en nuestro tiempo. Desde sus oscuros orígenes en los textos franceses y estadounidenses en la década de 1960, el concepto de globalización hoy encuentra su expresión en los principales idiomas del mundo. La globalización es una idea que corre el riesgo de convertirse, si no se ha convertido ya, en el cliché de nuestra época: la gran idea que lo abarca todo, desde los mercados financieros a Internet, pero que ofrece muy poca comprensión de la condición humana contemporánea.
Es
cierto que los clichés distorsionan la realidad, aunque también es cierto que
captan elementos de la experiencia vivida de una época. Las mujeres y hombres
de nuestro tiempo, en especial en estos tiempos del coronavirus, perciben que
el mundo es “más pequeño”, Advierten espontáneamente que lo que acontece
en una región del mundo puede tener profundas consecuencias para las
oportunidades de vida de los individuos o comunidades del otro extremo del
planeta. Por primera vez en la historia de la humanidad somos parte de un único
mundo. Es un hecho, a la vez asombroso y pavoroso, que todos los pueblos y
culturas del planeta estamos inter-conectados mediante las estructuras creadas
por la economía de mercado capitalista, “que ha polarizado y estratificado a la
población mundial, dividida ahora entre ricos globalizados y pobres
localizados”. (U. Beck)
Me pregunto, ¿hay algún lugar, sitio o espacio
para la hospitalidad en estos tiempos caracterizados por la globalización?
Responder a esta pregunta pasa por hacer algunas constataciones. La primera constatación es que el
mundo está lleno de otros, de prosélitos y peregrinos que, como su nombre
indica, son sinónimo de ajeno y extraño, y por ello mismo excluidos del recinto
hogareño. En un mundo así, la hospitalidad sería “la virtud de recibir en
casa de forma amistosa a los extranjeros o extraños, como huéspedes o
invitados”. La finalidad de la hospitalidad es posibilitar que quienes por razones de nacionalidad, clase social,
cultura, enfermedad son los ajenos se conviertan en prójimos y
familiares.
También se constata que en este mundo en el que vivimos lo realmente global es la explotación excluyente caracterizada
por la marginación sistemática de masas de regiones y de países, así como de trabajadores y
categorías sociales dentro de los propios países ricos.
Ante estas constataciones, pienso que es necesario, sino
imprescindible una visión de la Hospitalidad Globalizada cuyo sueño, pretensión
y objetivo sea la acogida de todo aquel extranjero y excluido, en especial de
todos aquellos a los que el sistema ha convertido en tales.
¿Dónde se funda la Hospitalidad? A mi modo de ver es en la compasión donde la Hospitalidad hunde sus raices. El autir del evangelio de Lucas lo expresa con el término griego utiliza en splaginizomai que se traduce como “amor desde los intestinos” o “sentir que
las entrañas anhelan”. Este concepto, el amor desde las entrañas, es la clave de bóveda a la hora de
comprender el significado más profundo y penetrante de la Hospitalidad.
La
Hospitalidad necesita de un elemento fundamental y de cinco movimientos
necesarios que la sostengan. Ese elemento imprescindible y fundamental es la figura del anfitrión, y los movimientos que
este ha de hacer son los siguientes: detenerse, tomar conciencia, compadecerse,
curar las heridas, acompañar y comprometerse.
El
anfitrión es quien acoge. Poco importa si el anfitrión es una persona, una
institución o la sociedad. Acoger supone poner la atención plena en aquel a
quien se acoge. Es necesario para ello construir y elaborar una mirada atenta, una mirada ética. Decía Goethe
“¿Qué es lo más laborioso? Lo que parece fácil: poder ver con los ojos lo que a
la vista tienes”.
La
atención transforma la mirada. Supone dejar de tratar a las personas
automáticamente, siguiendo pautas asumidas la mayoría de veces de forma
acrítica (J.M. Esquirol). La consecuencia de este proceder es que no nos
detenemos, no vemos la realidad o la vemos superficialmente. El primer
movimiento, tal como decía, es detenerse. Al
detenerse y mirar atentamente no solo se consigue rescatar al otro, sino
también a uno mismo. Detenerse
supone cortar con la repetición de tópicos y del dejarse llevar. Es apelar al
sí mismo de cada uno. Es tomar conciencia de uno mismo y de los otros. Tomar
conciencia de la realidad.
Todo
este dinamismo de toma de conciencia no se hace clavando la mirada, más bien
dirigiéndola con cuidado, sin prisas, y con la flexibilidad suficiente como
para poderla desviar cuando la situación lo exija. Supone mirar con respeto, porque este reclama atención, y
la atención necesita acercamiento.
Acercarse
a uno mismo y al otro. Al interior de uno y del otro. La interiorización, que
lleva a la meditación y a la contemplación, es la condición previa, necesaria,
para llegar a la verdadera hospitalidad. Meditar es
buscar, reflexionar y esforzarse para que el propio espíritu alcance
directamente al otro mediante la intuición. La meditación busca la
contemplación del otro. Busca también ser contemplado por el otro y que en ese
encuentro las heridas se sanen.
Heridas
que sanan de manos de ungüentos que se compran en la botica de quien acoge al otro porque antes estaba muerto y ahora está vivo (Lc15,11-32). El ungüento de la
mansedumbre que sin estar reñida con la firmeza y la consistencia
pretende conseguir la paz siendo paz. Allá se halla el bálsamo de la paciencia
que sin acritud aceptará las molestias y frustraciones que nos causo el
otro.
La
hospitalidad es camino que se hace acompañado, compartiendo el pan de la vida. El objetivo de la
hospitalidad no es salvar a nadie, sino compartir el temor para que éste deje
de ser paralizante. Pretende convertir la soledad en comunidad. El camino de la
vida está lleno de dolores y sufrimientos. La Hospitalidad no pretende que
estos desaparezcan sino profundizar en ese sufrimiento hasta convertirlo en un
dolor que pueda ser compartido.
Este
penúltimo movimiento nos lleva de la mano al paso final, el compromiso. Inicialmente parece que ese
compromiso es con ese otro al que aparentemente soy yo quien acojo, pero por el
que también soy acogido. Ambos se convierten en mutuos anfitriones. Pero como
dice Nouwen solo puede ser anfitrión, es decir, prestar atención limpia,
humilde, debe de adquirir consigo mismo el compromiso de “quedarse en su propia
casa y sin moverse, debe descubrir el centro de su vida en su corazón”.
Es ahí
donde uno puede desvelar que la condición más propia del ser humano es haber
sido acogido por el Otro, contemplado por el Otro, y en esa mirada atenta y
respetuosa ser considerado como Persona-Hijo-Hermano. Con todos los atributos (túnica, calzado,
sortija), porque todos aquellos que no existen y han muerto para el capitalismo
globalizado, en cambio, están vivos para una Humanidad Hospitalaria Globalizada.
En ese hogar hay motivos para un gran banquete ya que todos, incluso los que no
quieren participar son mirados como hermanos.
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