Sam Jinks, Mujer y niño, 2010. |
Todos nos acercamos ante el sufrimiento del otro con nuestra mejor
intención. La mayoría de las veces es todo lo que tenemos para llevar, nuestra
buena intención. Pero, ¿es suficiente? La respuesta es, NO. La experiencia, una y otra vez, nos
dice que NO. Aun así, sin pretenderlo y sin siquiera darnos cuenta, porque
quien lo sufre no nos dice nada o no ha caído en la cuenta de lo que hemos
llegado a decir, involuntariamente nos convertimos, en los "amigos
inoportunos, por no decir impertinentes, del santo Job".
Te dedico estas líneas a ti, que eres buena persona y que quieres ser
oportuno, pertinente y competente. Te ofrezco alguna pista para evitar hacer
daño y en la medida de lo posible hacer tanto bien como puedas y no tanto como
deseas.
- Lo primero que NO tengo que hacer: Dar Soluciones.
Es así, nos pasa a todos. Aunque la experiencia que ahora mismo
estamos viviendo nos tendría que ayudar a darnos cuenta que "mal de
muchos: pandemia".
Dar soluciones es habitual, pero ello no lo convierte ni en adecuado
ni en sano. La tendencia habitual ante el sufrimiento del otro por la pérdida
de un ser querido, suele ser la de procurar minimizar las consecuencias de esa
muerte. Lo solemos hacer con frases tan peregrinas como: “era lo mejor”; “ha
dejado de sufrir”, “el tiempo todo lo cura”, "es el destino",
"es la voluntad de Dios", "Dios nos pone a prueba con estas
desgracias", "hay que ser fuerte", etc.
Insisto en la ausencia de mala intención de quien así actúa. a la vez
que subrayo su torpeza. No quiero dejar de señalar la generosidad de quien nos
debería de invitar a abandonar En el fondo, con este comportamiento lo que
intentamos es neutralizar nuestra propia angustia. Incluso se llegan a hacer
ofrecimientos generales (“cuando quieras puedes venir a mi casa”; “llámame si
te encuentras mal”).
En estas circunstancias lo que hay que hacer es dar soluciones concretas, no ofrecimientos ambiguos. Un ejemplo recogido en el funeral de la madre de una persona: “Padre he dispuesto todo para que durante este mes se venga a vivir con nosotros” le dijo el hijo con voz firme y serena.
En estas circunstancias lo que hay que hacer es dar soluciones concretas, no ofrecimientos ambiguos. Un ejemplo recogido en el funeral de la madre de una persona: “Padre he dispuesto todo para que durante este mes se venga a vivir con nosotros” le dijo el hijo con voz firme y serena.
- Lo segundo que NO tengo que hacer: Las prisas.
Albert Birkle, Leipziger Strasse, Berlín, 1923. |
Ya lo decía Ignacio de Loiola, "en tiempo de crisis no se hagan
mudanzas". Lo primero que al doliente le toca hacer es aceptar la
pérdida de su ser querido. Por lo tanto, en la medida de lo posible: despacio,
todo muy despacio.
Es probable que el discurso que rodea sea el de "volver cuanto
antes a la normalidad". Eso es imposible. Es la primera vez que se muere
tu padre o tu madre. Es la primera vez que se muere tu hija o hijo. Es la
primera vez que se muere... tu vida. Ese camino no lo habías hecho nunca. Y
como dice Frankl, la realidad que no puedes cambiar solo la puedes cambiar
cambiando lo único que puedes: a ti y a tu modo de afrontar la realidad.
En la medida en que la situación te lo permita, no es tiempo de
recoger cosas, ni de vaciar armarios, ni de donar la ropa.
Si para nacer necesitamos 9 meses. Para volver a nacer a una nueva
vida, necesitaremos por lo menos otro tanto.
- Lo tercero que NO tengo que hacer: Evitar hablar de ello.
Solemos decir que "ojos que no ven ..." El final real del
refrán no es el que todos aprendimos sino otro bien diferente: "ojos
que no ven, trompazo que te pegas".
No hablar de algo no hace que no ocurra. Hay una actitud evitadora. Inicialmente
es comprensible no querer hacerlo siempre y cuando sea adaptativo a la
situación. ¡Nos duele tanto que no podemos ni hablar de ello! Pero si lo
hacemos nos daremos cuenta que no nos quita el dolor, pero lo alivia.
Takahiro Hara, antes de 2012. |
No expresar lo que uno piensa y siente, solo sirve para constreñir el
corazón y no dar salida al comprensible dolor que uno siente y a los
sentimientos que están vinculados a la pérdida. Si por no hablar de lo que nos
duele nos dejase de doler... Todos sabemos que al dolor le sumamos la soledad
no deseada cuando actuamos así.
Si uno tiene éxito en algo en la vida, lo comprensible es que esté
feliz y contento. Lo comprensible es que lo exprese con algarabía, fiesta y
alegría. Si uno ha perdido a su madre o a su padre, a un hijo o a una hija, lo
comprensible es que "no esté bien". Si a eso le sumamos el
aislamiento, no haber podido despedirse, tener el cuerpo de tu familiar durante
días en “algún lugar” a la espera de que sea enterrado o incinerado. Si además
no te dejan ir a la incineración y las cenizas las recibes a la semana, lo
comprensible es "ESTAR MUY, MUY, MUY MAL".
José María González Cuasante, Sin título, 2006. |
Te sugiero, que ayudes a tu ser querido a expresar, poco a poco, lo
que siente. Facilita a que vaya poniendo nombres a las calles de sus emociones
y sentimientos. De ese modo además de la calle del dolor, la avenida de la
tristeza, la rotonda de la pena o el viaducto del miedo... también podrán salir
a la luz otros lugares que han sido transitados en la vida y que son tan
ciertos o más que los anteriores. Hay que visitar la placita del amor, la
fuente del agradecimiento, la costanilla del legado o la plaza grande de los
valores...
4 comentarios:
Me ha parecido de una enseñanza total para aprender a ayudar a las personas de nuestro entorno a pasar los malos y trágicos momentos, hay que estar ahí
Muchas gracias, Xavier. Me toda acompañar a una persona de mi parroquia y estos consejos me abren los ojos a una nueva perspectiva.
Muy útil. Gracias. Es tan fácil caer en estas tentaciones...
Con que cosas mas sencillas y a veces tan olvidadas podemos ayudar. Por cierto acertadisima elección de cuadros y fotos. G. Alarcon
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